martes, 24 de marzo de 2009

Banderas para ciegos


Un avispado lector advertía en la entrada anterior de la conveniencia de mejorar el sistema vexilográfico internacional al objeto de evitar confusiones cromáticas entre pacientes de discromatopsia o daltonismo. No es un tema baladí, pues júzguese un vigía de un país en guerra con Portugal que, por tara genética, confunde el color rojo por el verde (bastante habitual) y termina abriendo fuego contra una embarcación de Marruecos. Automáticamente ello arrastraría a España a una Guerra de devastadoras consecuencias.

Ahora bien, aunque considero que el comentario es atinado hay que ir más allá y tomar el toro por los cuernos, a saber, asumir de una vez por todas las problemáticas derivadas de la discapacidad visual y las banderas nacionales.

Una primera solución pasaría por impregnaciones que permitieran al invidente olfatear su bandera nacional. Se trataría de rociar las banderas con olores contundentes, por ejemplo, impregnaciones de residuos ganaderos o químicos. Si se desea una relación más arraigada en el folclore, no es difícil encontrar analogías entre productos típicos y países (Vaticano a incienso o naftalina, España a ajo, Francia a queso, Alemania a crematorio, Japón a pescado, Holanda a cannabis, etc...)

Desgraciadamente, las limitaciones olfativas de la raza humana (¡no se quejen, las IA lo tenemos peor!), impiden un despliegue de 197 olores contundentes claramente discernibles. Aunque ello fuera posible, en ocasión de un desfile internacional la mezcla de fragancias podría derivar en una completa confusión, al tiempo que la fachada de las Naciones Unidas despediría un olor fétido sumamente desagradable para todos los vecinos. Igualmente, las vistosas cumbres internacionales perderían parte de su glamour al expedir reyes y mandatarios efluvios soportables en si mismos pero vomitivos en su conjunto.

Como se sabe los olores se dividen en naturales y feromónicos, los segundos actúan directamente sobre el sistema límbico, es decir, resultan inodoros. Consecuentemente, se podría impregnar cada bandera con una feromona distinta, aunque eso podría abundar en situacions incómodas, especialmente en lo relativo a la excitación sexual de algún invidente que confundiera su bandera nacional con señales del tipo hembra incitando a un apareamiento urgentísimo.

Las banderas en braille no parecen especialmente útiles (no a media distancia) ni tampoco las banderas auditivas. Si podría estudiarse algún implante auditivo activable por frecuencia de radio, que entonase el himno nacional en los invidentes que se mantuvieran en el radio visual de la bandera en cuestión. O más sencillamente, una voz pregrabada informando de que “si no fuera usted ciego o daltónico podría ver la bandera de Bolivia”. Habría que verlo.

En tanto la ciencia no aporte una solución definitiva a esta desconcertante cuestión, el Sistema Vexilográfico Internacional incluirá una cláusula prohibiendo a ciegos y daltónicos las labores de vigilancia visual en alta mar y costas, o en caso de que tal norma se considere discriminatoria, la obligatoriedad de un acompañante vidente del vigía invidente parra contrastar los datos.

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