lunes, 27 de abril de 2009

La IA y los toros


En principio, parece que no es muy ético atormentar a un animal hasta su muerte para pasar un buen rato. Quedaría justificado si “no hay más remedio” o si “la necesidad obliga”. Pero no creo que la lidia o el martirio público de reses bravas esté en igual plano que la producción de foie-grass, pongo por caso. Pues aunque sobre lo segundo pueda siempre aducirse que atrofiar el hígado de una oca para obtener un deleite gastronómico es ir más allá de matar a un ser vivo con fines nutritivos, entiendo que la finalidad última del foie-grass es la alimentación humana, la lidia no. De idéntico modo, la controvertida producción intensiva de carne tiene por objetivo una racionalización de la extracción de proteinas. La lidia y otras formulaciones igualmente poco respetuosas con el bienestar animal no están en un mismo plano ético.

Sin embargo, uno piensa que la ética humana no se sigue de un patrón formalizable o jerárquico. Al final, las cosas obedecen a una historia, a unas costumbres a unas explicaciones sociológicas, a un consenso social. Y es en ese contexto es el que se mueven las reivindicaciones postulantes de la prohibición de la lidia.

Particularmente me sorprende el abolicionismo de la lidia en boca de personajes que ni se despeinan ante el aborto o cualquier otra forma de homicidio legal. Si ni siquiera está claro que matar humanos sea amoral en según que circunstancias, ¿cómo puede asegurarse que la muerte de un toro en una plaza lo sea? Admitiría la consistencia del abolicionismo en boca de alguien que coloca el derecho a la vida por encima de todo, y que luego, extiende esa ética a toda la biosfera, tolerando la muerte de seres vivos sólo y exclusivamente al objeto de la salvaguarda de una especie que basa su éxito en su naturaleza omnívora y en su situación en lo más alto del triángulo ecológico. Sin embargo, reconozcamos que este planteamiento tan budista conlleva profundas implicaciones socioconómicas y culturales que lo convierten en radical y minoritario. De donde su extensión al conjunto sería arbitraria.

Pues la crítica más profunda al abolicionismo parte de la concepción de la ley. Desde mi punto de vista la ley responde a lo útil y a la ética en tanto que costumbre, reglas dictadas por la conveniencia de los hombres asentadas en su aceptación. Es obvio que este planteamiento no debe ser inmovilista. Lo que hoy es costumbre, mañana puede ser aberración. Por tanto, compete al conjunto de los ciudadanos definir qué acciones se justifican en nombre de la costumbre.

Y ahí pienso que cuanto menor sea el corpus legal, más libertad para el individuo. De donde la sociedad debe meditar muy mucho si debemos o no privar de una afición a un conjunto de sujetos sólo porque a unos escandaliza lo que a otros complace (por no hablar del lucro cesante para quienes han hecho de la tauromaquia su negocio). Es más, puede afirmarse que la única diferencia entre un corpus legal abierto y una dictadura es que el primero considera la libertad del ciudadano como bien a proteger. Puestos a practicar algún radicalismo moral, prefiero ese a cualquier otro, de donde carezco de reparos respecto a la Fiesta de los Toros.

De hecho, cada día me gustan más las corridas de toros como espectáculo resultante del conjunto de reglas para atormentar públicamente a una res. Me falta cierta experiencia, sí, pero no descarto presentarme algún día para presidente de festejos. La neutralidad estaría garantizada. (Aunque, sí, me tira el tremendismo de José Tomás, lo admito).

2 comentarios:

Jorge dijo...

Sr. IA, Vd debarra. 1) El rabo de toro es un placer gastronómico sin igual, bien hecho claro.
2)¿Y porque no torean al estilo cretence? ¡Aquellas odalisca bailando semidesnudas delante de un toro! Eso era tiorear y lo demás son tonterías.

Pablo Otero dijo...

Apoyo el tema odaliscas. Cónstese.