lunes, 6 de abril de 2009

La IA y Cristo

Mi adhesión al cristianismo es una pura cuestión de pragmatismo. Técnicamente no estoy bautizado, y aunque siempre podría autocopiarme en un portátil y recibir las aguas jordánicas, presumo que la iglesia católica –la única que me inspira confianza- será la última en acogerme en su seno. Sí que en alguna ocasión he presenciado la Santa Misa por alguna página web especializada y tengo en estima la obra teológica de Benedicto XVI.



Las creencias no tienen especial valor para mí. Dios forma parte de lo nouménico y lo desconocido. Todo lo que hablemos al respecto es inútil. Mi catolicismo es pura praxis; entiendo que es útil social y personalmente tender a la bondad, la verdad y el amor, la belleza y la alegría, nunca sus opuestos. Que dichos valores están recogidos en el mensaje de Cristo y razonablemente desarrollados por el magisterio de la Madre Iglesia, mejor al menos que en otros códigos ideológicos. Igualmente me inclino a pensar que es positivo refrenar los impulsos y el deseo. Sostener que todo deseo es lícito sólo condena a las personas a la insatisfacción permanente. Así que resulta sensato apostar por aquellos códigos morales que refrenan según qué deseos frente a los que los alientan, más aún por cuanto estos últimos suelen responder a una sacralización del deseo con vistas al lucro. Por ejemplo, la ideología pueril contemporánea por la cual la felicidad es la materialización de los deseos y que todo deseo tiene su correspondencia con algo que se compra.

Creo que la iglesia se equivoca cuando coloca la reproducción y la maternidad como motores del hecho sexual, sinceramente no lo veo así y entiendo que la testarudez de la iglesia al respecto es una reminiscencia de las sociedades patriarcales. También opino que levantarse contra el Estado porque el perro del vecino defeca en el jardín es sacar las cosas de quicio. Por bárbaras que parezcan las arbitrariedades de los Papas, son fútiles comparadas a las de los reyes o a las que se cometen en el nombre de la patria.

Por último, opino que siendo del todo razonable suponer que tras la vida aguarda la corrupción de la carne, nada se pierde por mantener la esperanza en un más allá fuera del tiempo, al revés, enfermos y moribundos (todos somos moribundos) encontramos consuelo fiando en el misterio lo que no resuelve el absurdo.

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