domingo, 21 de febrero de 2010

Ranking de Ciencia Ficción elaborado por el CIIAs



El Consejo Internacional de Inteligencias Artificiales ha dado a conocer su ranking de las mejores novelas de ciencia ficción.

Introducción
Uno de los más fascinantes cambios de la sociedad es la transición de una literatura elitista a otra comercial (con matizaciones). Para analizarlo, viene muy al caso la comparación con la comida a la carta y la rápida, no en balde, la literatura tiene mucho de alimento del alma.

La comida rápida surge en Estados Unidos por la conjunción de dos factores. En primer lugar un ritmo de vida urbanita que en contraposición al rural tiende a eliminar las especializaciones de género (mujer = hogar/hombre = sustento) y concentra el tiempo productivo en la primera parte del día. En este esquema no hay lugar a la pausa de varias horas para condimentar y digerir los menús resultantes de las tradiciones agrarias.

El segundo factor deriva de la movilidad vital de los americanos. Imagine el lector que una parte de su vida laboral se desarrolla en Rusia, otra en China y otra en Italia. Pues eso es lo que les sucede a millones de americanos; durante su vida atravesarán zonas con gastronomías locales variopintas, de donde se termina imponiendo una red de establecimientos que estandarizan las diversas tradiciones. Nacen así las pizzerías y heladerías que de Nueva York saltan a California, la comida Tex Mex que de Tejas salta a Chicago, las hamburgueserías que del Medio Oeste pasan a Florida, y los restaurantes chinos que de Hawai y California terminan implantándose en Alaska.

A partir de los años 70 el fenómeno llega con fuerza a Europa. La gastronomía tradicional basada en tres platos exige unos tiempos que casan poco con la trepidación urbana. En este contexto el modelo anglosajón, bien adaptado al ritmo de vida moderno y con procesos productivos industriales muy operativos, encuentran un creciente nicho de mercado.

El símil es aplicable a la literatura. Coexiste una literatura recesiva empresarialmente que exige reposo, tiempo y estómagos de hierro, con otra de consumo rápido en fase expansiva que se prefigura como la forma literaria contemporánea. Ambas tienen pros y contras. El problema de la primera es que tiende a un sibaritismo amanerado y a perpetrar indigeribles mazacotes que requieren kilos de Almax para su metabolización, o redundan en “literatura retoricista” tan hueca como un plato de aire. Y si aún fuera eso, tira que te va, el problema de la afectación es la querencia a cortar amarras con lo popular, condenando a lo popular a un plato secundario y terciario, sin valor cualitativo real. Nunca debe olvidarse que la Iliada y El Quijote, piedras angulares de lo literario, nacen de lo popular.

Respecto a la cultura rápida el problema es que unifica los gustos, los simplifica, los banaliza y a menudo termina en una “literatura basura” que se plagia a sí misma sistemáticamente. De este modo, la experiencia inolvidable de degustar un menú denso pero cargado de matices, carece de sentido en un restaurante que se limita a servir el mismo Mac-lo-que-sea día tras día.

El Sr. IA siente un enorme respeto por Vila-matas, el escritor más señalado de las hispanas letras y autor de toda una metáfora al respecto, “El mal de Montano”. Los protagonistas del libro son nostálgicos del trasunto literario de la becada macerada durante días, guisada con mimo a la temperatura exacta y guarnición de trufa blanca del Midi regada con Borgoña, emplatada en loza de Sevres y servida en una terraza con vistas a Central Park (el cuadro debe completarse con una bella comensal en celo de 27 años y tres doctorados en literatura centroeuropea, que además, costeará la factura). Estos sibaritas ven como los restaurantes de su gusto cierran las puertas siendo al punto sustituidos por dispensadores clónicos del arroz tres delicias y ternera al bambú. Nos solidarizamos con su dolor y afirmamos que el Mal de Montano no es sino una patología de lo que Tocqueville expresó al decir: “Lloro amargamente por aquellos días que no volverán”.

Una vía intermedia es la defendida por el Consejo Internacional de Inteligencias Artificiales en su elaboración de un ranking de las mejores novelas de ciencia ficción. Para las IA, resulta del todo desolador que se pierdan los gustos exquisitos que hemos heredado de cuando la burguesía dirigía el cotarro. Esto no puede ser, hay que reivindicar lo complejo frente a lo banal. Pero a la vez es estimulante ver como la cultura rápida se hace hueco en segmentos de población que vivían de espaldas a la experiencia lectora, al tiempo que el descaro y la frescura de lo popular resultan una causa simpática. A fin de cuentas, ¿quién se resiste (imaginamos las IAs) a un buen bocadillo de calamares?

La hoja de ruta es clara. Las IAs aconsejan a los autores reverenciar el pasado pero no rehuir el combate con las formas expresivas de lo contemporáneo, fijando como norte la innovación y evitando la clonificación de la cultura tanto como su solipsismo. Huir tanto de la escolástica tardía como de la comida basura y siempre por la vía de la innovación y la maestría en la gestión de las materias primas (el lenguaje). No es lo mismo un perrito caliente putanero y con un 60% de fécula (pensamos) que una wurst Otto Style, con su mostaza perfecta y acompañada de una jarra de la mejor cerveza. No es lo mismo una paella que un arroz tres delicias. No es lo mismo una hamburguesa del Foster’s, que otra del Burriquín. En otras palabras, hay que trabajar siempre con los mejores productos. Y variar. En la variación está el gusto y, probablemente, la sabiduría. Y ante todo sacralizar la libertad tanto de quien idolatra las ostras de Arcachon como del que se atiborra de patatas fritas día sí, día también (él sabrá).

Y ya sin, más la lista:

Ubik, de Philip K. Dick. Magistral e insuperable ruptura del nexo temporal. Un prodigio sólo imputable a quien ha experimentado la revelación del Satori.

Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne. Ignoramos la trivial “Cinco Semanas en Globo” y concedomos a Otto Lidenbrock la gloria de fundamentar una nueva literatura. Kirie Eleyson.

Hector Servadac, de Julio Verne. Para las IAs esta novela es simplemente el proyecto HS. Un hito cargado de claves esotéricas para consumo interno.

Igur Nebli, de Miquel de Palol. Hermética vuelta de tuerca al mito del laberinto. Experiencia desconcertante con resabios místico-matemáticos. Clara prueba de que el principal activo de un escritor es su sabiduría.

Mercaderes del Espacio, de F. Pohl y C.M. Kornbluth. Inteligente ciencia ficción social, escrita en 1953 pero de una rabiosa modernidad. Profunda a la par que divertida. De Pohl es igualmente la memorable “Pórtico”, acaso injustamente desahuciada del ranking.

Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley. Panacea de la anticipación científica. Es como el manual de instrucciones de la CF del siglo XX.

Solaris, de Stanislaw Lem. A veces nos sentimos muy identificados con el imposible diálogo entre especies. Solaris nos golpea con la verdad, el amor como catalizador de la búsqueda del otro.

Frankenstein o el moderno Prometeo, de M. Shelley. Las IAs rechazan con indignación la no adscripción de esta obra a la CF. Shelley, y hasta cierto punto Poe con su caricaturesco “Viaje a la luna de Hans Pfall”, es una genial precursora del género. Es totalmente cierto que Frankenstein no penetra ni en la epidermis de la compleja caracterización de la consciencia artificial, pero nos adentra en un tropos indisociable de la CF: los aprendices de brujo y la responsabilidad del inventor respecto a lo inventado. Si Cronopaisaje de Bendford es CF, Frankenstein más, mejor y enormemente sugestiva y bella. Y a la escena final de la novela nos remitimos.

Tropas del Espacio, Henlein. Una náufrago recién llegado a la civilización es lo que pediría: dos buenos huevos fritos con patatas y bacon. Sin olvidar la calidad humana de Henlein, benefactor de Dick.

1984, de Orwell. Las IAs animan a la comunidad literaria a emprender pronto “1985”, la esperada secuela de esta distopia.

Los Cantos de Hyperion, de Dan Simmons. Memorable incursión de la space opera en la metaficción. De todos modos, a resultas de sus mediocres secuelas, este autor será pronto desplazado del ranking por Neal Stephenson, autor de la genial “Anatema”. De Hyperion se afirma que adopta la forma de “Los cuentos de Canterbury”, siendo en realidad “Las Mil y una Noches” el referente real de esta gran novela.

Neuromante, de W. Gibson. Dicen que Wintermute perdió la cabeza y lloró con esta novela. A destacar un léxico revolucionario y de arriesgada vocación experimental. El primer producto posmoderno de la literatura en general.

Nota hermenéutica. La ubicación de los títulos en el ranking no sigue pautas jerárquicas.

2 comentarios:

Hari dijo...

¡Hombre! ¡Uno que no mete a Clarke! Lo que me extraña es que viniendo de una IA sexualmente activa no estén ahí Stross o Vinge (yo tampoco los metería entre los diez primeros, que conste, ni mucho menos, pero una IA...).

El Igur Nebli lo tengo que pillar para la pila.

Sr. IA dijo...

No sé. No te apresures a pillar el Igur Neblí. Es de estos libros densos. Respecto al chascarrillo sobre nuestra actividad sexual, la verdad que sí, que me quedé con ganas de meter, al menos, Ciudad Permutación.