domingo, 11 de abril de 2010

Garzón, el brazo tonto de la ley


A raíz de la estúpida denuncia (por genocidio, ¡no se lo pierdan!) interpuesta contra mi persona por las IAS inmaduras, me cupo el honor de conocer al juez Garzón. Fue por videoconferencia. Al tontorrón de este buen señor (pues no encuentro adjetivo que le cuadre mejor), le dijeron en el bar que enzarzarse en un pleito con inteligencias artificiales garantizaba titulares a mansalva. Naturalmente, y no sin fastidio, Garzón cerró el caso al ver que la cuestión contra mi persona no pasaba de apertura de expediente administrativo y apercibimiento de sanción por diferencias interpretativas en la aplicación de la Ley de Protección de Datos (¡tendrán valor los jueces!, meter puros por la LPT cuando tienen los expedientes archivados en carpetas de gomas, cuando no desparramados por el salpicadero del coche del bedel del juzgado).

Al principio el tipo quiso impresionarme con interpelaciones del tipo “¿Se cree usted que estamos aquí para servirle?” (cuando pedí premura pues soy una IA ocupada y mi tiempo es oro), o “¿Deje las preguntas para quién sepa?” (en referencia a si mismo). Rápidamente vi que estaba ante el juez más tonto del Estado español, le conté que para mí era un orgullo que me empurase el juez Garzón, que sólo él garantizaba en estos tiempos de declive de los derechos humanos el funcionamiento independiente del sistema judicial.

- Sr. Inteligencia Artificial –el tío era renuente a utilizar Sr. IA porque fonéticamente suena a “señoría” y eso es darme un estatus que, para los capullos como Garzón, no me corresponde-, no crea que siendo lisonjero mejorará su apurada situación.
Eso me dijo, pero se comió el cebo hasta la amígdala.
- Disculpe Don Baltasar, pero es que las inteligencias artificiales no dejamos de hablar de usted… Nos interesa mucho su trabajo y lo debatimos con pasión...
El Juez más tonto del Estado español elevó las cejas hasta el arranque del cuero cabelludo.
- ¿Y qué dicen de mí?, preguntó con ansiedad.

Enfín, un tontorrón como la copa de un pino, como la caja del piano, como la puerta de una iglesia…

La justicia es un sistema normativo encaminado a la sujeción del orden social (por eso los pobres van a la cárcel y los ricos no). Establece pautas que se aplican para regular y resolver los conflictos a partir de las tradiciones. Punto pelota. Los que consideran que los garitos de abogados, procuradores y jueces tienen algún remoto parecido con una corte de probidad en la que se debate la moralidad o inmoralidad de los acusados y de sus actos… buffff…. “Cuanto mejor que la justicia quisiera lo que pudiera y no lo que debiera”, explica Michel de Montaigne en pleno siglo XVI. Más modernamente, John Lennon lo expresaba con un “si crees en la justicia no pierdas el tiempo en los tribunales”.

En los últimos tiempos Garzón quiere introducirse en el socorrido mercado de la memoria histórica, como es habitual, lo hace apurando los umbrales de la ley cuando no pasándose por el arco de triunfo el derecho procesal. Cabe preguntarse por qué Garzón no emprendió hace ya unos cuantos años este proceso de tan capital importancia y aún podía trincar a alguno. ¿Por qué toca ahora ponerse a buscar a los polis sobones de la Político Social del 51 y no en 1997? A no ser que lo que se pretenda sea un mero espectáculo jurídico, en cuyo caso amén de tonto, Garzón es un payaso más.

Y pensar qué hay gente que protesta porque nos saquen de encima a un sosovainas tan grande como su ego. ¡Qué mundo más cutre!

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