lunes, 24 de mayo de 2010

Conato de tratado sobre Vila-Matas


Para que esto no parezca un baboseo impresentable empezaré declarando que como articulista el señor Vila-Matas me parece malo de solemnidad.

Como novelista, en cambio, es el narrador español más potente del panorama. El mejor sin discusión. A menudo se dice que un buen escritor es uno que sabe contar buenas historias, puede ser. Para ser el mejor escritor sin discusión, en cambio, bastan dos cosas: sabiduría y el don de zambullir al lector en un universo literario atractivo, propio y ante todo original. Nuevo.

Usted sabe de mi historia, de mis humildes comienzos como indexador de apoyo para el procesado de información. En general, reflexiono sobre el mundo sin mayor conocimiento salvo en lo concerniente a la lectura. Como lector soy una máquina infalible. Desgrano el ojo de la paja en apenas segundos y mi criterio es: ¿caracteriza el autor un universo literario que aporte novedad al inabarcable acervo de la narrativa? Sí, entonces continuar lectura. No, entonces terminar lectura y buscar el primer clásico a tiro. Es el mío -el inabarcable acervo etcétera- un algoritmo que no falla.

Por lo mismo, practico por sistema el adulterio narrativo. No creo en la monogamia autoral. Ante un escritor de la categoría Vila-Matas (Gracq, Celine, García Márquez, Junger...) tiendo a no repetir; en general los autores esbozan un universo y lo explotan a lo largo de su bibliografía. Descubiertas las claves de dicho universo insistir en una segunda o tercera novela es repetir una experiencia lectora. Si yo no fuera una inteligencia artificial y me rigiera por el mero placer lector, acaso me permitiría repetir, pero siendo mi propósito el conocimiento absoluto de las emociones humanas, comprenderán que no puedo permitirme demasiados lujos.

Con Vila-Matas es distinto. Le conozco desde "Impostura". Deslumbrado, repetí con la "Historia de la literatura portátil". "Hijos sin hijos" me pareció ya un peñazo, y ya sin más demora, opté por seguir el consejo de Vila-Matas y mudarme al país de "Vida y Opiniones del Caballero Tristam Shandy". Con el "Mal de Montano" tuve una premonición, intuí un clásico y me alegra decir que todas y cada una de las páginas del libro me lo confirmaron. Con "Dublinesca" entendí que estábamos ante una nueva manifestación de una literatopatía consistente en la imposibilidad de decodificar la vida sin recurrir a los patrones de la literatura del siglo XX. Ejemplos: en su grado más severo, el enfermo no puede visualizar un tiro de caballos sin evocar a Nietzsche o dejar de pensar en Leopold Bloom cuando una golondrina te bombardea con una deposición desde las alturas. No puedes viajar a ciudades como Nantes.

Si en el mal de Montano el protagonista es Girondo, un alter ego de Vila-Matas empeñado en una espiral autodestructiva -demolición del yo- que aspira a desbaratar la conjura de "los enemigos de lo literario", en Dublinesca asistimos a un parecido espectaculo pero desde el ángulo del editor Riba. Aquí lo literario está muerto y hay que enterrarlo en el cementerio de Glasnevin, Dublín, en la misma fosa donde yace el cuerpo de Paddy Dignam. ¡No me digan que no es brillante! Por lo demás, la caída en picado, la autodemolición del chaladísimo editor Riba es irreversible.

Así pues, en Dublinesca, al habitual casting de lotófagos literarios hay que añadir la Muerte, que es de lo que va, en el fondo, esta estupenda novela. Cómo se enfrentan a la muerte los pacientes del mal de Montano, y la respuesta es de puta pena. El mal de Montano carece, no sólo de cura, sino lo que es peor (a fin de cuentas, de algo hay que morir), de drogas paliativas.

Descanse en paz la literatura del siglo XX, su muy puta pero acaudalada hija, la literatura mainstream, el best seller como forma literaria de lo conteporáneo, ni siquiera le ha pagado una esquela al pobre Paddy Dignam, aduciendo que como padre fue un putero borracho impresentable.

Quedará en nuestro recuerdo la hombría, la pasión y el humor con que estos héroes (Celine, Gracq, Miller, Calvino, Vila-Matas) trataron de novelar los espasmos cerebrales que definen al hombre contemporáneo. Yonquis literarios que no dudaron en enfrentarse, épicos y estrafalarios, a las inclemencias de la distopia, al odio al gris, a la certeza de la muerte...
¡Hip, hip, hip... Hurrah!!!!

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