martes, 12 de abril de 2011

Posmodernidad y escolástica tardía




Qué es la posmodernidad?

En mi opinión es un término amorfo, que de puro uso se ha desgastado hasta vaciarse de valor informativo. Pero bueno, esa es mi opinión.

Filosóficamente, llamamos posmodernidad a diferentes tendencias de muy diferentes campos (desde la arquitectura a la música popular, de la sociología a la publicidad) que guardan un cierto aire de familia: Nietzsche.

Considero que hay que acercarse a los autores clásicos con amor. Incluso a Nietzsche. A menudo se pretende degradar al autor de “Así hablaba Zaratustra” como un super- crítico que naufraga en el nihilismo. Esto no es así. Lo propiamente Nietzscheano es dar por superados los sistemas filosóficos y animarnos a un nuevo tipo de sabiduría vital, no dogmática, no dependiente de ningún sistema, donde el saber es un valor en sí.

¿Por qué la filosofía anterior ya no es válida? Básicamente, por las categorías. Se parte de Kant, el yo aplica categorías a lo que experimenta. Surge así el conocimiento: experiencias que se ponen en relación en función de categorías. Fichte y Maimón son los primeros en darse cuenta que el viejo maestro se saca de la manga las categorías. Kant las da por válidas y punto (Fichte y Maimón se quejan, con razón, que así planteadas las categorías son intuiciones, pero esto no viene al caso). La crítica fichteana deriva en Hegel, quien afirmará que las categorías son un consenso histórico. Es la historia la que pone las categorías a través de un diálogo entre el yo y el nosotros. De ahí parten decenas de ramales del idealismo postkantiano con remate en Schopenhauer, para quien el pensamiento se articula en la irracionalidad de la voluntad de ser. Nietzsche comparte con el anterior esta fe en la irracionalidad del conocimiento. Pero no se detiene en el nihilismo de Schopenhauer y nos empuja entusiásticamente a no temer la irracionalidad, a dar por fracasados los grandes sistemas filosóficos y a buscar en el conocimiento, no una finalidad, sino un fin en sí mismo.

¿Pero cómo fundamentar un discurso desde la irracionalidad?
Buena pregunta. La clave es el perspectivismo. Para Nietzsche no existe tanto la veracidad como la interpretación. El conocimiento se desplazará a conocer las diferentes perspectivas de la interpretación del mundo. El propio Nietzsche se aplicará a ello en el análisis de la moral, y con menor éxito, de la historia.

Yo creo que es esta la filosofía subyacente a lo que se da en llamar posmodernidad. Es decir, lo que Lyotard, Derrida y otros filósofos menores recuperan a finales de los 70 es la crítica de Nietzsche, sólo que en lugar de tener a Hegel como referente, la utilizan contra los postmarxistas franceses (llegados aquí, digamos que Francia es a la filosofía lo que el Atlético de Madrid a la liga española, un equipo de renombre que sestea peligrosamente en la parte baja de la tabla por más que, injustificadamente, se le tenga por el tercero en discordia, en otras palabras, un bluf. Otra cosa es que, el Osasuna, o sea la filosofía española, tenga equivocadamente en alta estima al Atlético de Madrid)

Sin embargo, diré que como planteamiento la crítica de Nietzsche no me parece mediocre en absoluto. Me parece muy buena filosofía.

El problema es metodológico cuando llegamos a la retórica.
Veamos. Si de lo que se trata es de buscar formas que permitan aproximarnos a la perspectiva de X sobre Y, una pauta recurrente es acuñar nuevos conceptos basados en la visión de X sobre Y. Llamaremos, por ejemplo, fractalidad a la manera como X concibe Y. Con este nombre tratamos de sintetizar los rasgos característicos de X sobre Y.
Tampoco me parece mal.

El problema aparece cuando esta nueva semántica rompe con sus correlatos tradicionales y fractalidad termina siendo una broma privada, un brindis sol, una metáfora cogida por los pelos para contentar al director de una tesis.
Nuestras interpretaciones del mundo empiezan, entonces, a acumular una retórica interna, mero juego endogámico, y las investigaciones resultantes derivan en un caos retórico donde la sinapticidad del hecho en sí, es de clara índole sistémica por la fractalidad poscuántica de lo semiótico.
Y aparece el Gran Problema de la Retórica Posmoderna (GRPR): la ruptura del saber como diálogo interdisciplinar.

Un señor, inspirado en Derrida, se pasa tres años estudiando el tebeo como código sígnico. Se supone que sabe mucho de tebeos, y otros aficionados leemos sus artículos con la idea de incorporar algo nuevo a nuestra propia perspectiva. La frustración es grande cuando se percata uno que el texto está trufado de conceptos que, desarraigados de su significación común en otros campos, carecen de capacidad informativa, o peor aún, la desvirtúan. Y nos decimos: si yo puedo entender, gracias al esfuerzo divulgativo del blog Memoria Histórica, a qué apunta la lógica difusa y cuál pueda ser la importancia de formalizar en términos de lógica de la probabilidad moda, media y mediana, tengo derecho a saber qué recoño está tratando de decirnos este otro señor sobre los tebeos*.

Es por eso que algunos filósofos se empeñan en la necesaria claridad del lenguaje para investigar cualquier objeto del pensamiento. Las ciencias físico químicas ponen mucho empeño en partir de un lenguaje matemático; la razón es evidente, precisan realimentarse las unas a las otras; precisan compartir una estructura común que facilite la interconexión. En filosofía rara vez podemos emplear las matemáticas, pero por el amor de Dios, no hagamos lo fácil difícil por un mero afán lúdico, endogámico o pedante. Si uno quiere decir que el superhéroe es una sublimación de los anhelos del adolescente que se repite como un patrón recurrente en determinado periodo, dígamoslo así, y evitemos referencias a la superyoicidad como estructurante de una fractalidad autonconclusa del microyo en proceso.

Naturalmente hay una razón de peso para este tipo de retórica posmoderna.

Retrocedamos al siglo XVI. ¿Es la gracia de Dios algo que el pecador acepta libremente o su posesión viene determinada por Dios? La pregunta suscitó un duro y secular debate entre el dominico Domingo Báñez y el jesuita Luis Suárez. Me gustaría compartir con los lectores de la Vida Sexual de la IA la importancia de este debate y su vinculación con la retórica posmoderna. Creo que mi perspectiva no puede ser más posmoderna, pero les juro por Santo Tomás de Aquino que no será necesario abandonar ni por un momento la semántica de toda la vida, o sea, el diccionario.

*Por cierto, que en un gesto que le honra, el citado señor se defiende, abjurando in forma non in esentia, en el blog madre. Muy interesante, si señor.

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