domingo, 1 de enero de 2012

Velocidad


En apoyo de Wittgenstein diré que primero se manipula y luego se define. Primero experimentamos, nos hacemos una idea de cómo funciona y para qué sirve; en función de las respuestas definimos.

Creo que en tras hecho subyace la dificultad última de la consciencia artificial (término que prefiero a inteligencia artificial). Para generar consciencia informáticamente, por ej, primero deberíamos definir. Pero la línea de pensamiento así obtenida sería ciega, necesaria, mero desarrollo de los elementos integrados en las definiciones. Sería un itinerario circular, cerrado...

Lo suyo es: primero damos libertad de acción (o lo que es lo mismo, libertad de errar, libertad de optar por la respuesta equivocada); luego vamos cerrando círculos semánticos a la manera de “pues x debería ser z”. Por eso sospecho que toda consciencia requiere Voluntad en su inicio, y por eso me gusta Fichte, porque es el primero en considerar que dicha voluntad debe ser libre, autocondicionada, autogenerada, autoposición del Yo como Yo. Täthandlung. Puede decirse que del resto de la obra de Fichte no entiendo absolutamente nada más.
(Entre paréntesis, [mejor entre corchetes, decir que ese acto es indeterminado, indefinido, no generado, ilimitado… Apeirón puro… Véase Anaximandro])

Pensemos en Galileo. En 1638 publica los Discursos sobre Dos Nuevas Ciencias, su última obra, libro en el que sienta las bases de la geometría del movimiento. Piedra angular es la parametrización de la velocidad… ¿Pero qué es la velocidad? ¿Qué era en tiempos de Galileo?
Es realmente interesante, al respecto, el artículo de François de Gandt Matemáticas y realidad física en el siglo XVII. Para Galileo, la velocidad no era todavía una magnitud, una extensión, era una “intensidad”, una cualidad del movimiento. Tanto para Galileo como para Newton la velocidad es “una cierta intensificación del movimiento”, y no es hasta 1700 en que podemos encontrar definiciones de la velocidad en tanto que magnitud
¿Curioso eh? Galileo sabía que las cosas pueden ser lentas o rápidas. Pero la velocidad en sí misma, ajena al caballo que corre, al móvil que se desplaza, era algo vago relacionado con la “cantidad” de movimiento. Galileo no se hubiera atrevido a sustentar que tal velocidad es mayor que tal otra, que la velocidad es una cantidad en si misma que no depende del movimiento del móvi; en su lugar nos dicen que el movimiento es mayor (más rápido) si se “intesifica” la velocidad.
Quiere decirse que la categoría velocidad estaba en su nacimiento. Nótese que pese a ese conocimiento vago e intuitivo de la velocidad Galileo parametriza a la perfección el movimiento uniforme acelerado y el movimiento de los proyectiles. Pero para “comprenderla en sí misma”, la velocidad debía pasar aún el escrutinio o perfeccionamiento de la comunidad científica.
Quiero decir con ello que la ciencia opera, no pocas veces, adoptando del lenguaje común “analogías” que luego se categorizan y definen y, ya definidas, se retrotraen al lenguaje común y vuelta a empezar. Es así como nuestras representaciones del mundo se estructuran a través de un proceso dinámico. Quiero decir que muchos problemas de comprensión parten de categorías en proceso de construcción. Es el caso, por ejemplo, de la materia como concepto científico-filosófico.  La materia es un algo que ocupa un lugar en espacio y tiene una energía medible. Pero “algo” y “ocupar espacio” son proposiciones del lenguaje natural excesivamente vagas e intuitivas, de donde tendemos a reducir la materia a la equivalencia entre masa y energía… E=mc2… Así hasta que alguien descubre sendas analogías que permiten sustituir “algo” y “ocupar espacio” por un término más funcional y fecundo. Y así empujamos el carro del conocimiento.

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