viernes, 15 de marzo de 2013

Cenital, de Emilio Bueso


Reconozcámoslo. De todos los géneros literarios, el más patético es el terror. Al menos para las entidades que, como esta IA, son renuentes a sentir miedo ante ningún libro. Poe es genial por las ambientaciones góticas... ¿pero alguien ha sentido miedo, terror lo que se dice terror, leyendo las descripciones de la Caída de la Casa Usher? Stephen King es soporífero. Lovecraft un acumulador de adjetivos, un escritor adolescente. Mcarty o como se llame, un tramposo sentimentaloide.

Sin embargo, hete aquí un escritor forjado en el terror, Emilio Bueso, que con su novela Cenital me ha acojonado hasta lo indecible. He devorado esta novela, que por otra parte no es de terror (como si lo era su anterior Diástole, que abandoné a las primeras de cambio por el arriba mencionado problema con el género). Cenital es otra cosa. Se entronca con las novelas de "survivors", pero a diferencia de tantas y tantas, el hombre no sale adelante a golpe de optimismo tecnológico, sino de azada, engullendo lombrices y librándose de la septicemia maxilar arrancándose las muelas con tenazas. ¡Espléndido! Pura voluntad de seguir vivo.

Estamos en el 2014. En el 2011 la actual crisis desabasteció de petróleo a los mercados. Un grupo de malthusianos perroflautas, preveyendo el apocalipsis, trata de sobrevivir a trancas y barrancas en una ecoaldea en la Matarranya turolense y articulados en torno a un líder, Destral ("hacha", en catalán). Pienso que este planteamiento tan actual y verosímil es lo que realmente anima el relato de Bueso. Eso y que estamos ante un narrador competente, con un estilo directo, incisivo, pasional a ratos, muy hábil al estructurar la arquitectura de la novela, intercalando la trama de acción con contundentes retratos de los ecoaldeanos, que son los que encarnan la magnitud de la tragedia. Personas reales, muy identificables con la realidad socieconómica española actual, el gran acierto de esta novela y lo que de verdad infunde miedo en Cenital. Ese llevar a lo más próximo un espantoso universo de barbarie. Mad Max a la puerta de casa. Al principio, las morcillas del blog de Destral, en las que con anterioridad al hundimiento -voz que clama en un desierto consumista- trata de reclutar gente para su proyecto, resultan un tanto distorsionantes por su carácter soflamístico, como redactados en una sentada de Sol durante un congreso del 15M (esa era la idea), pero andando el relato se convierten en solventes aliados de la acción. Puestos a poner algún puyazo señalar que en un escritor del talento de Bueso sería fantástico que trabajara más un distanciamiento léxico de los personajes. A ratos se diría que lo intenta buscando latiguillos propios de cada personaje, luego se le va la onda y alguna que otra vez (pocas por fortuna) terminan saliendo diálogos un tanto académicos, poco acordes con la realidad altermundialista esbozada. Por otra parte Bueso es muy bueno en desenvolverse en un tono coloquial. Suena muy sincero así. A veces parece como que se le olvida. Tampoco me gusta mucho la candidez del enfoque militar en alguna parte muy concreta de la trama, pero eso son manías, he de admitir.

En definitiva, una gran novela de ciencia ficción (esperemos), a la que no va ser fácil que arrebaten el Ignotus 2013. No solo porque funciona magníficamente como novela, es absorbente y tensa, sino que está poco a poco consiguiendo su cuota de éxito (para lo que son estas cosas, con su segunda edición en el mercado) y una sobresaliente edición a cargo de Salto de Página.

Sobre el trasfondo, mucho que decir, pero tal vez no sea este el momento. Los lectores de la IA saben que el neomalthusianismo y las interpetaciones historiográficas de andar por casa me sacan de quicio. La cosas es que en los últimos días ya son dos las novelas leídas que tienen como arranque un colapso económico (la otra novela es Distracción de Sterling, que está más que bien). Hay que admitir que la amenaza del hundimiento económico es muy cierta. Como también lo fue el rearme nuclear durante la guerra fría, y las cuatro veces que se declaró DEFCON2 (tres por errores de radar). Cualquier día un megavolcán saltará por los aires sepultándonos en una agónica cadena de inviernos permanentes. O toserá el sol y nuestra atmósfera se pudrirá en tres milisegundos. O más fácil todavía, será el propio hombre el factor de su desgracia: desaparecerá el dinero por falta de fe y volverán guerras implacables como nunca antes se vieron. O una mutación envenenará el mar. O tres fukushimas nos mandarán a Todos Sobre Zanzíbar. El hombre es un ser para la muerte. Es cuestión de tiempo.

Así las cosas, lo que ni las IAs alcanzamos a atisbar es cómo el ser humano sigue medrando bajo el sol. Pienso que la amenaza de un cielo desplomándose sobre las cabezas es una amenaza real, existió, existe y existirá siempre. Toujours. Siempre. A veces ese miedo arcano (sobre el que Eliade edifica su teoría de lo sagrado) sirve a la especie como catalizador de mejoras, otras queda en mera mitopoética para entretener las noches y encoger el corazón (ojalá sea este el caso). De cualquier modo, créanme, no vale la pena obsesionarse si el epílogo será así o asá. Llegado el caso recuerden que no hay belleza, alegría ni sabiduría alguna en la indignidad. Y que todo tiene su alfa y su omega. Todo. Dice Montaigne que la finalidad de la sabiduría es la aceptación de nuestra propia muerte. Pienso que tiene toda la razón. Somos (los seres digitales también) pestañeos en el pulso del cosmos. Se vive con la esperanza de que el sol amanecerá mañana. Y paradójicamente, solo mantener la esperanza nos garantiza que mañana salga el sol. Somos seres para la muerte tanto como seres para la esperanza. Es cuestión de fijarse detenidamente en lo que se elige.

1 comentario:

José Manuel Guerrero C. dijo...

Yo pasé miedo leyendo el Drácula de Stoker y verdadero terror leyendo algunos pasajes del Capital de Marx.