viernes, 21 de junio de 2013

Luz, de Harrison: Quantapunk


Tradicionalmente, competía al novelista describir nítidamente las circunstancias por las que atravesaba un protagonista. Cuanto más aseada y clarita la prosa más fácil la comprensión por parte del lector. Desmenuzar los nexos causales entre situaciones de modo que la verosimilitud surgiera de un A entonces B entonces C. Presentación, nudo, desenlace…

En Luz, de M. John Harrison, esto no va así. El autor escribe oscuro, hay un tenue hilo causal entre situaciones que aparece y desaparece.  La trama ni se entrevé, servida entre penumbras  y con mil filamentos que se entrecruzan. A la vez, se sugiere mil lecturas “profundas” que hacen de la relectura un permanente redescubrimiento.

Algunos la llaman literatura posmoderna, otros jugar al despiste, para mí es literatura experimental del siglo XX, la que, por citar un lugar común, empieza en Joyce. El paradigma muta. Ahora una subjetividad, un yo, es el que nos va lanzando percepciones. Se supone que de la suma de percepciones surge una historia.
Y esto es lo que pasa en Luz. Harrison nos lanza percepciones de un mundo desasosegante y extraño, tratando de que en nuestra cabeza todo eso se traduzca en ambientación. Deliberadamente nos oculta las reglas del juego; simplemente nos zambulle en él juego y sonríe sádicamente mientras nos enredamos en el marasmo.

Si habitualmente ya es fiarlo largo sacar gratificación de una novela así cuando refiere al mundo real, el que conocemos (Bolaño, Vila-Matas), imagínense cuando nos arrojan al 2400, al pozo negro de un  universo de singularidades cuánticas que  ha terminado con todo atisbo de claridad newtoniana (ya saben, la materia ahora ni pesa ni ocupa un lugar en el espacio). Canal Kefahuchi, burbujas de deformación, métricas de Alcubierre ( si se van a enfrentar a Luz, es bueno que le echen un vistazo al enlace). Nada, avanzas a ciegas, pobre lector, enfrentado a un universo de datos incoherentes, fugaces, destramados…

Lo raro es que una narrativa así funcione. Pero qué quieren que les diga, en mi caso funcionó; queda uno fascinado por la retórica de Harrison, por su mundo nihilista, caótico, por su barroca historia fractal sin pies ni cabeza. Y me pregunto por qué.

Pienso que las razones son que Harrison escribe bien (a pesar de la traducción); sabe emocionar, sabe aportar detalles hipnóticos utilizando analogías sorprendentes.  También pesa que el mundo de Luz sea original; nunca antes nadie ha imaginado un mundo así. Por último, ese mundo de Luz está trabajadísimo. No hay efectismos, no hay situaciones increíbles ni salvaciones al filo del abismo; simple trabajo literario de primera calidad.

Como trama, Luz es una historia a tres bandas. Un físico serial killer (esto es lo peor del libro) enzarzado en la construcción de un ordenador cuántico. Seria Mau, 2440, sumergida en un tanque de realidad virtual desde el que gobierna cual simbionte la Gata Blanca, una nave-K,mercenaria en una guerra incomprensible. Ed Chinese, un centella, otro que vive en un tanque de realidad virtual hasta que le sacan fuera de la peor manera.

El nexo común es el Canal Kefahuchi, el verdadero protagonista de Luz. El canal es una fisura del espacio-tiempo incomprensible a cualquier física (algo similar al Vacío de Hamilton, pero bonito). Durante eones, mil razas alienígenas extintas  han buscado en balde su comprensión, dejándose en el empeño trozos de tecnología incomprensible y sin embargo anheladas en pleno siglo XXV tanto por los humanos como por sus enemigos, los násticos.  Así descrito, Luz sería como una novela de artefacto. Hay un objeto raro y todos van como desesperados a por él. No se entiende mucho más hasta el prodigioso final, en el que un personaje omnipresente a lo largo de la novela, dota a la obra de sentido, siendo de los pocos detalles que Harrison se marca para con el pobre lector.

Dicho lo cual, manifiesto que me gustó más Nova Swing, una continuación de Luz, donde la trama queda en mera excusa para focalizar el contexto como eje de la narración. Ya que experimentamos, dejémonos de dobleces.

Sin embargo, siendo Luz y Nova Swing dos muy buenas novelas, pienso que me quedó con el primer Gibson y, claro está, Philip K. Dick. Ambos autores juegan mejor la baza de la “deconstrucción causal” propia del siglo XX. Me interesa  recalcar los paralelismos de Luz con Gibson; si tuviera que nombrar  un heredero del cyberpunk,  nombraría a Harrison. Diría que Harrison se abona a un Quantapunk, donde los elementos cuasi paranormales de la cuántica suplen los universos virtuales del ciberverso. Pero sobre todo es ese aire de familia. Nihilismo cerril. Un futuro que lo primero que se ha comido es cualquier asomo de eticidad, en su lugar, una sensación de anonadamiento ante un entorno tecnológico incomprensible, infinito, que deja en meros centelleos de energía residual las humanas tribulaciones. Eso es el punk.

Comprar Luz, de Harrison (2ª Mano).

Mini-ensayo sobre Luz a cargo de un entusiasta Kaplan (Literatura en Los Talones)

jueves, 13 de junio de 2013

Opiniones de Watts sobre el lenguaje



Hablábamos de Visión Ciega. Dice Watts en Fata Libelli:
Sobre comunicación con otras especies:
"El lenguaje es, después de todo, un rodeo: una forma taquigráfica de destilar información sensorial y emocional, marcadores que sustituyen objetos reales. Esto puede resultar poco útil para una especie capaz de usar ecolocalización, cuyos miembros pueden en realidad pintar esas imágenes de primera mano. ¿Para qué desarrollar un burdo símbolo para “pez” cuando puedes sencillamente irradiar el perfil acústico de un arenque en el melón de tu colega? ¿Para qué desarrollar un vocabulario para “triste” o “feliz” cuando tus conespecíficos pueden leer tu estado emocional directamente al escanear los perfiles acústicos de tus senos nasales y de tu sistema vascular?"

En otra parte, se despacha a gusto contra la "sobrevaloración" de la consciencia. Pero bueno, quedémonos con la precisión conceptual y su capacidad de centrar el problema.

La solución a muchos de estos planteamientos pasa por entender el lenguaje -atención- No Como Una Forma de Comunicación. Por extraño que parezca el lenguaje es -apunten-: un Mecanismo de Conocimiento de la Realidad y del Sí Mismo (si lo prefieren, organización informativa), que subsidiariamente, sirve a los efectos comunicativos. En este sentido, me resultan muy sugestivos los trabajos de teoría del lenguaje. Uno de los problemas es que no se entiende el lenguaje como una evolución con fines comunicativos. Vean los sordos, usan la manos, y los especialistas piensan que los dactilosemas le bastaban al homo erectus para entablar conversaciones del tipo "ballena asesina invitando a cenar una manada de focas a sus amiguetes".

¿De dónde surge el lenguaje y por qué?

Los especialistas piensan que es una exadaptación. Su función principal es pensar (o si prefieren, mapear la realidad con marcadores indexados sustitutivos de objetos (reales, mentales, emocionales). Lo importante, amigo Watts, es precisamente el rodeo. No necesitamos la palabra "pez" para identificar peces. La necesitamos para construir descripciones, y compartirlas y acumularlas de generación en generación.  "Los peces suelen estar a primera hora en la parte sombreada de la laguna, pero solo en verano, y antes de que las águilas despierten". Esta es la cosa.

lunes, 10 de junio de 2013

Las holgadas tuercas del que las aprieta


Aproximadamente, más de una tercera parte del PIB español va directamente a impuestos. A pesar de lo cual, a pesar de las subidas asfixiantes, la recaudación desciende año tras año desde 2008, que empezara la crisis. Ante tal panorama, hasta una IA entiende que el recorte de gasto público es una prioridad total. Es evidente también que pensiones, subsidios, sanidad, formación deben repercurtir en cierta medida esos recortes... De nuevas inversiones culturales, urbanas, en investigación ya ni hablamos... Justo y necesario; pero hay un terrible problema formal en este drama: los políticos.

Imaginen un hogar en el que los ingresos caen a la mitad. El cabeza familia dice a los suyos; hay que apretarse el cinturón, es obvio. Adiós móviles, adiós clases de karate, adiós suscripciones premyum, ojo con el gasto eléctrico, calefacción a 20 grados y fuera aire acondicionado... Pero más pronto que tarde sale a relucir que sí, que mucha restricción, pero el cabeza de familia sigue con sus cursillos de padel, sus dos horas de gimnasia a la semana, su reunión en el asador con los amigos cada viernes, dos paquetes de Marlboro, cuatro cafes y dos cañas al día y desplazamientos con el Audi hasta para compar el pan. Los hijos se plantan, le dicen al caput: "oye, nosotros apretamos lo que podemos pero ¿y tú?" Se genera así el mal rollo social.

Es lo que hay, pensionistas, familias, universitarios, parados... todos ven como se les aprietan las tuercas, pero el que aprieta las tuercas sigue en una dinámica de gasto ostentoso y deplorable. "Hay que seguir recortando", dice, pero sus sueldos de escándalo, sus prebendas, sus chorradas se mantienen intactas. Preguntado sobre si le parece justo el político se encoge de hombros: "lo mío es el chocolate del loro", señala. Y puede que sea así, aunque muchos sospechamos que no, que en realidad el chocolate del loro es el loro en sí. Vale, es igual, puede que sea verdad. Pero claro, ¡cómo exigirle a un pensionista que pague esto y lo otro por el bien del país si el que se lo exige es un maníaco consumidor compulsivo!

Sea la Gurtel o los ERES de Andalucía. Nuestra clase política, lejos de enmienda sigue abonada a la política como opíparo modus vivendi salido de tu bolsillo y el mío. No bastan los espectaculares sueldazos de congresistas y barandas, encima, hay que afrontar un chorreo de gasto en forma de sobresueldo, dietas, consejos de administración, redondeos por esto y lo otro... Y así no hay manera de obtener credibilidad. Digo más, así no hay nada que hacer. Cada recorte, por necesario que sea, será encarnizadamente discutido y deplorado en tanto el que lo promueva no de fe de una autoexigencia espartana. Confrontamos los sacrificios personales con los de aquellos que nos los exigen y nos damos de bruces con la sucia realidad. ¿Ven ustedes algún Licurgo por aquí?

Es verdad, en un bote perdido en medio del mar y con vías de agua por todas parte no hay otra prioridad que achicar y achicar. No hay espacio para saunas, huertos y jardines. Nos lo recuerda a cada momento el capitán, mientras se zambulle en su piscina.

lunes, 3 de junio de 2013

Ready Player One

Novela Juvenil para Cuarentones

Ready Player One es una novela juvenil para cuarentones. No tengo claro si es una novela juvenil para cuarentones adolescentes o una novela juvenil para cuarentones a secas pero con ganas de disfrutar sin más de una literatura intrascendente. Probablemente las dos cosas. Por extensión, novela recomendable para adolescentes que quieran entrar en la psique de sus progenitores y/o conocer el pasado de las consolas y juegos MOG.

Sí tengo claro que RPO se entronca en la mejor tradición de ese género literario que es el Best Seller "Busquemos el tesoro" o narrativa de Gymkama. Estamos en 2044. Habitual escenario distópico donde cambio climático, fin de sociedad de consumo y desastres varios mantienen a la gente en miserable postración parcialmente paliada por el disfrute de emociones gratificantes en entornos de realidad virtual. Hay un tesoro, en este caso la super-fortuna del excéntrico archimillonario creador del universo virtual, OASIS. Las pistas del dicho tesoro se reparten en complejos acertijos escondidos en videojuegos de finales de los 70 primeros 80, emulados en metaversos.

Hay un protagonista, un pobrecito adolescente huerfanito que, a golpe de genialidad, sacrificio y coraje, salvará al mundo de los nefandos planes del malo malísimo, la repolla-super-macro-multinacional IOI. Naturalmente hay subtrama galante y bochornoso final con besito incluido, malo camino del calabozo y película a la vista a no tardar.

Estamos ante una revisión del Código Da Vinci o Los Juegos del Hambre. Superficialidad extenuante, prosa algo menos que normal (se ha discutido la calidad de la traducción pero debo decir que el novato Ernest Cline no tiene la capacidad literaria de Dan Brown, si la tuviera). "OK. Se entiende", es lo más que podemos decir de la novela desde un punto de vista formal. ¿Conejos saliendo de la chistera?, sí, y también calderetas de ternera, padrinos oportunísimos, importantes negligencias del malo rayanas en la desidia tradicional de un director del Banco de España... En fin.

Pero a diferencia de Los Juegos del Hambre (novela que casi no he tenido el gusto de leer) o el Código Da Vinci (que casi tampoco), Ready Player One se articula en un mundo apasionante: Los Arcade, los proto pc-games y la cultura juvenil americana de los 80 (desde las sit-coms tipo "Con 8 Basta", a infumables grupos de hard-pop americano, pasando por animé y la Tierra Media, claro). Esta es la diferencia básica de RPO con el Código Da Vinci y Los Juegos del Hambre, que aunque tal vez no tenga su altura formal, les da mil vueltas en originalidad. Otra diferencia es que RPO introduce parte de la potencialidad narrativa inherente al doble plano Realidad Virtual versus mundo real. Visto así,  RPO contiene un extra de atractivo lector, cuando la emoción decae en un lado se intensifica en el otro. Acción sin tregua (mal montada, sin criterio, pero sin tregua).

Así pues, si quieren leer una intrascendente novela de adolescentes (¿he mencionado el bochornoso final con besito incluido?) pero espléndidamente integrada en un universo de Space Invaders, Asteroids,  Daibuken, Street Fighter... (Aquí tienen la genial enciclopedia con más de 84000 videgames recopilados)... Si quieren evocar los memorables tiempos en que entre porno y paja relajaban la muñeca con Ataris, Sinclairs, Commodores y gráficos de 8bits... No se arrepentirán de comprar esta novela por algo menos de 12,5 euros (prácticamente a estrenar, gastos de envío incluidos). Seguro, es más, esta es la novela de adolescentes que estaban ustedes esperando.

NOTA: Pero... ¿Y sí realmente RPO es la novela de un genio empeñado en parafrasear irónicamente las subculturas adolescentes de los 80, con bochornoso final de besito incluido? ¿Un artificio literario meta-textual donde, a modo de fractal posmoderno y deliberada superficialidad (Gödel) se hilvanan las obsesiones juveniles del autor en un mausoleo in memoriam del adolescente que fue? ¿Y si el Código Da Vinci no es lo que parece? ¿Entonces qué...? ¿Eh?... Entonces, tomen esta crítica como una contrareplica en clave de homenaje a las reseñas athusiano-neo-marxistas de los 70... Un lúcido ejercicio retro-estilístico anti-escapista evidenciador de las dicotomías de clase a modo de reivindicación la escuela de Frankfurt. Salud Camaradas.

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